miércoles, 4 de noviembre de 2009

El narco-Estado talibán

Afganistán va en camino de convertirse en un “narco-Estado”. Un informe presentado a principios de septiembre al Congreso estadounidense lo advierte. La alianza entre los señores de la guerra y los grupos de criminales que se benefician del narcotráfico añaden un elemento singular en la guerra contra los talibanes, que con el apoyo de Pakistán y Arabia Saudí se instalaron en Kabul en 1996.

Los esfuerzos para acabar con la producción de opio en Afganistán, mayor productor del mundo de esa droga cuyo comercio ilegal alimenta a la insurgencia fundamentalista e islámica, son hasta ahora insuficientes. La economía de la droga y de la corrupción es tan extendida que Afganistán podría convertirse muy pronto en un “narco-Estado”, en una región en donde las escalda de violencia va en aumento. Afganistán es responsable del 92% de la producción mundial de opio, que alimenta un mercado de 65.000 millones de dólares con 15 millones de clientes en el mundo, según un informe de la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Crimen (ONUDC).

Estos importantes recursos, en el quinto país más pobre del mundo, benefician en gran parte a los fundamentalistas talibanes, que financian así su insurrección contra el gobierno apoyado por una coalición occidental que lidera Washington.

El opio continúa siendo un negocio lucrativo, y a pesar de una caída del 25% entre 2008 y 2009, se vende entre 113 y 85 dólares el kilogramo. La producción de opio afgano se disparó, para alcanzar las 6.900 toneladas en 2009, superando al consumo mundial. Las reservas de opio acumuladas en el país centroasiático alcanzan ahora, según la ONUDC, las 12.000 toneladas.

Estados Unidos y sus aliados de la OTAN deberán inevitablemente combatir la producción y el tráfico de opio y heroína en Afganistán, Pakistán e Irán, para derrotar al movimiento islamista Talibán y estabilizar la nación centroasiática. Esos tres países forman la llamada “Media Luna Dorada”, una de las dos principales áreas de producción de esas drogas y otras derivadas de la amapola, junto con el llamado “Triángulo Dorado” del sudeste asiático, formado por Tailandia, Birmania y Laos.

Naciones Unidas teme que los réditos del narcotráfico se hayan hecho ya más importantes que la ideología y ello explicaría la desbordante corrupción presente en Afganistán. Ashraf Ghani, ex ministro afgano de Finanzas, dejó su cargo en 2004, según él, porque el Estado afgano estaba bajo el control de los narcotraficantes. “Este narco-Estado se ha consolidado”, afirmaba.

Es por ello que la estrategia para el combate contra el narcoterrorismo que Colombia lleva adelante ya está a consideración de muchos estrategas de la coalición occidental, para las futuras batallas contra los talibanes.

“Como sucedió en Colombia en los años 80, el cártel del opio compra a los políticos y de este modo consolida el control sobre el territorio nacional. A diferencia de las FARC, integradas plenamente en el narcotráfico hasta el punto de convertirse en su milicia armada, los talibanes mantienen su independencia, aun siendo instrumentos útiles para la consolidación de los feudos del opio”, aseguró la economista italiana Loretta Napoleoni, especialista en los modelos económicos del terrorismo.

Entre el 2005 y el 2008, el Talibán recaudó unos 160 millones de dólares en impuestos a los narcotraficantes y los campesinos que cultivan la amapola o adormidera, descrita hace siglos por un célebre médico chino como “la flor que mata como un sable”, y base del opio y sus derivados, la heroína y la morfina. Además, los opiáceos dan a los talibanes y otros grupos inspirados en Al-Qaeda una cuota de mercado de unos 1.000 millones de dólares anuales en la vecina Pakistán, según los informes.

En estos días el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, y sus asesores civiles y militares están analizando el nuevo rumbo de la guerra necesaria, como la calificara el jefe de la Casa Blanca. Más allá de las decisiones sobre cuántos soldados más se sumarán a la ofensiva, para todos está claro que la estrategia contra los narco-talibanes no puede ser la misma que en Irak. La alianza entre el terrorismo islamista y el narcotráfico tiene el dinero suficiente y el tiempo necesario para enfrentar a todos los que se interpongan en su camino. Para ganar la guerra en Afganistán es ineludible combatir el tráfico de drogas. Por lo tanto, la lucha contra la producción y tráfico de drogas debe figurar entre las prioridades de la estrategia y contar con instrumentos a la altura de otros componentes civiles y militares en la lucha contra el terrorismo y el islamismo radical.

Los campos de Afganistán cubiertos por las rojas flores de la amapola, cultivo que se extiende peligrosamente a todas las provincias, son parte vital de la simbiosis entre terroristas y narcotraficantes para financiar la guerra que hace ocho años llevan adelante los insurgentes islamistas. Las consecuencias son previsibles sin no son derrotados. Afganistán será un narco-Estado alimentado por la economía de los narcoterroristas.

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