domingo, 6 de diciembre de 2009

En West Point, Obama se hizo cargo de la guerra en Afganistán

El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, asumió en la Academia Militar de West Point, en Nueva York, la entera propiedad de la guerra en Afganistán, con el apoyo silencioso de buena parte de los demócratas y el escepticismo de los republicanos sobre el éxito de la campaña.


El jefe de la Casa Blanca habló de la guerra desde la más antigua de las academias militares, donde desde 1802 los cadetes reciben capacitación para convertirse en profesionales y líderes para la guerra. Sin duda, fue una decisión meditada porque el presidente y sus asesores son conscientes de que su presencia allí tiene un gran valor simbólico en la historia estadounidense. West Point, frente al río Hudson, cuenta entre sus ex alumnos ilustres a Ulysses Grant y Robert Lee, los principales generales de la guerra civil, así como Douglas MacArthur, Dwight Eisenhower y George Patton, figuras de la Segunda Guerra Mundial, entre otros. Pero fue su predecesor, George W. Bush, quien la convirtió en su lugar predilecto. Allí se conoció la llmada “doctrina Bush”, cuando detalló a los cadetes su idea de la guerra preventiva “contra el terror”.

Hoy, en su primer año de gobierno, le tocó a Obama asumir el papel de comandante en jefe, tras anunciar el envío de 30.000 soldados. La guerra está sus manos y del resultado de la misma dependerá su futuro político.

Los editoriales de los diarios respaldaron el incremento de las tropas, calificándolo como “correcto y valiente: correcto porque es la única forma de prevenir una derrota que pondría en peligro este país y sus intereses vitales; y valiente por que Obama se lanza en una misión difícil y costosa a la que se opone gran parte de su partido”.

El New York Times, que también respalda la decisión de Obama, planteó otro punto de vista. “A esta fecha avanzada, no sabemos si 100.000 soldados estadounidenses sumados a los 40.000 soldados de la OTAN serán suficientes para darle un giro a la guerra”, afirmaba el editorial. “Pero estamos seguros de que seguir con la estrategia del ex presidente Bush de luchar con recursos insuficientes (...) es una garantía de derrota”.

El artículo señala que a comienzos del último año de Bush en la Presidencia, en enero de 2008, seis años después de iniciada la guerra, sólo había 27.000 soldados en Afganistán.

Sin embargo, y pese a su respaldo a la decisión, el Wall Street Journal describió el nuevo envío de soldados como “una estrategia militar y política de alto riesgo” Pero destacó: “No se esperaba una fecha tan firme de retirada de las tropas” en Afganistán, que permitirá “traer de regreso a los soldados al país para las elecciones de 2012”.

El presidente tomó una decisión trascendente, para su imagen interior y para la política exterior estadounidense. “Un fracaso en Afganistán significaría que los talibanes pasen a controlar buena parte, sino la mayoría del país, e incluso una nueva guerra civil”, dijo el secretario estadounidense de Defensa, Robert Gates, justificando la decisión de Washington. “Las zonas controladas por los talibanes podrían a corto plazo volver a ser un santuario para Al Qaeda, y bases para los grupos insurgentes en ofensiva contra Pakistán”, sostuvo.

Según el jefe del Estado Mayor Conjunto estadounidense, el almirante Michael Mullen, los insurgentes talibanes controlan 11 de las 34 provincias afganas.

“El éxito de los talibanes reforzaría considerablemente el mensaje de Al Qaeda al mundo musulmán, según el cual los extremistas están del lado de los vencedores de la Historia”, dijo Gates, en momentos en que la opinión pública y el Partido Demócrata están cada vez más en contra de este conflicto.

Algunos demócratas, por otra parte, argumentan que Obama se arriesga a arrastrar a Estados Unidos hacia otro Vietnam, y que este país y su abultado déficit federal e infraestructura en problemas no podría afrontar. El presidente señaló que el envío de 30.000 soldados le costará a las arcas del Estado unos 30.000 millones de dólares.

“No apoyo la decisión del presidente de enviar tropas adicionales para combatir en una guerra en Afganistán que ya no corresponde a nuestro interés de seguridad nacional. Es una apuesta arriesgada el asumir la construcción de una nación armada en nombre de un gobierno corrupto de legitimidad cuestionable”, opina el senador demócrata Russ Feingold, de Wisconsin.

“El envío de más tropas podría desestabilizar más a Afganistán y, más importante aún, a Pakistán, un estado con armas nucleares donde Al Qaeda tiene su sede. Aunque valoro que el presidente haya aclarado que no estaremos en Afganistán para siempre, la decisión de no ofrecer un cronograma para acabar nuestra presencia militar allí me desilusiona”, concluyó.

Los legisladores republicanos pretendían que Obama aceptara la recomendación del comandante en Afganistán, el general Stanley McChrystal, y que enviara al menos 40.000 soldados más como parte de un compromiso militar de varios años. “Las guerras se ganan quebrando la voluntad del enemigo. La estrategia de salida la debe dictar la situación en el terreno”, dijo a la prensa el senador republicano John McCain, el rival de Obama en las elecciones presidenciales pasadas.

Para los expertos, el ejército estadounidense debe aplicar de aquí en adelante en Afganistán la fórmula que volcó a su favor la guerra en Irak desde febrero de 2007, combinando el envío de más soldados con la división de lo insurgentes.

En Irak, el solo incremento de las tropas “no hubiera tenido el mismo impacto si Estados Unidos hubiese proseguido la persecución de los grupos armados sin preocuparse por las consecuencias humanas”, explican.

El abandono de la mentalidad simplista de lucha contra la insurrección, que se resumía a “buscar y destruir”, para optar por la protección de la población de los daños colaterales, aseguró el éxito, sumado al envío de más tropas para ocupar el terreno tras haber erradicado del lugar a los insurgentes.

El incremento de las tropas fue anunciado en enero de 2007 por el presidente Bush cuando la media mensual de muertos era de unas 2.000 personas. Nueve meses más tarde, el número de víctimas se había reducido a la mitad y en noviembre sólo hubo 122 muertos.

Para el éxito de esta estrategia, es necesario ganar la lealtad de los afganos como lo logró el jefe del ejército estadounidense en Irak, el general David Petraeus, con los jefes de tribus sunitas en 2006 y 2007. El Pentágono tiene hoy la misma expectativa en Afganistán. Obama espera, y necesita políticamente, reiterar ese éxito en Afganistán.