Durante cuatro décadas, el clan Al-Assad ha dominado con
puño de hierro a los sirios. Hoy el país se divide en dos. Unos apoyan al
gobernante y su élite que intenta perpetuarse en el poder, mientras otros
buscan derrocarlo exigiendo libertad y cambios. Suníes frente a chiítas
alauitas; nacionalismo y laicismo frente a integrismo, todo en el marco de la
denominada y contradictoria “primavera árabe”, de la cual todos buscan sacar
sus réditos.
Las escenas de represión se suceden, pero la cuenta atrás de
Bachar al Assad ha comenzado hace meses. Siria es un aliado estratégico del
régimen teocrático iraní. Es uno de uno de los pocos que tiene el régimen
chiíta persa en el mundo árabe. Siria es el soporte de grupos terroristas y
fundamentalistas como Hezbolá en Líbano y uno de los causantes de haber sumido
al Líbano en la desintegración, y es un apoyo esencial para Hamas, porque no
importa las divisiones entre chiísmo y sunismo. Las diferencias quedan
relegadas ante el mismo odio hacia el Estado judío. El apoyo de Teherán es hoy
clave para Damasco.
El hombre fuerte del régimen sirio aún no ha caído porque su
impune represión es sostenida por los gobiernos de Rusia y China. A fines de
2011, el Consejo de Seguridad de la ONU, bloqueado por Moscú y Pekín, solo
había emitido una débil declaración de condena de la violencia en Siria, que ya
se ha cobrado las vidas de miles de personas. Amnistía Internacional había
pedido en abril de 2011 que se remitiera la situación de Siria a la Corte Penal
Internacional por las pruebas de la comisión de crímenes de lesa humanidad.
Pero debido a la determinación con que Rusia y China protegen a Siria en la
ONU, se sigue eludiendo la rendición de cuentas por los delitos de derecho
internacional y violaciones de los derechos humanos en ese país árabe.
Siria, que posee profundos lazos políticos, económicos y
militares tanto con Rusia como con China, depende mucho de esos dos países para
adquirir las armas que actualmente usa contra los manifestantes de la revuelta
que comenzó el año pasado contra el gobierno del presidente Bashar al-Assad.
Las relaciones entre ambos se remontan a la era de la ex Unión Soviética y del
padre del actual presidente, Hafez al-Assad (1930-2000). Durante las tres
décadas de su mandato (1971-2000), los soviéticos (y luego Rusia) entregaron
unos 25.000 millones de dólares en armas a Damasco. Esto recargó al ejército
sirio con material militar legado por soviéticos y rusos y que estos últimos
continúan manteniendo y restaurando, mediante multimillonarios acuerdos.
Los proveedores tradicionales de Siria en materia
armamentista también incluyen a China, la República Checa, Ucrania y Corea del
Norte. En las últimas tres décadas las armas rusas prácticamente inundaron
Siria.
Los rusos firmaron un Tratado de Amistad y Cooperación con
Siria en octubre de 1970. Los rusos tenían entre 3.000 y 4.000 consejeros
militares apostados en Siria, según informes de prensa.
En enero de 2005 el Kremlin condonó unos 9.800 millones de
dólares de una deuda de 13.400 millones que Damasco arrastraba desde la era
soviética, cimentando así el camino para nuevos acuerdos armamentistas, muchos
de los cuales incluyeron actualizaciones a plataformas ya en el servicio sirio,
como sus MiG-21, -23 y -29.
Algunas de las ventas más recientes a Siria incluyen al
sistema de defensa aérea de corto alcance y autopropulsado 96K6 Pantsir-S1E
(conocido como SA-19 Grison según la designación de la Organización del Tratado
del Atlántico Norte) y al sistema de misiles de mediano alcance Buk-2M Ural
(SA-17 Grizzly). Rusia también está creando una base naval en el puerto sirio
de Tartus, y posiblemente otro en Latakia.
El comercio militar de China con Siria no es tan voluminoso
como el de Rusia, pero provee a Damasco de misiles y de la tecnología
correlativa a los mismos.
Entre 2002 y 2009 Rusia firmó acuerdos armamentistas por
5.800 millones de dólares con Siria, e hizo lo propio con China por 800
millones. Sin embargo, entre 2006 y 2009 las ventas militares chinas a Siria se
triplicaron en relación al cuatrienio previo.
La represión contra las manifestantes que protestan en las
calles es a sangre y fuego y en virtud del férreo apoyo con el que cuenta por
parte de Rusia y de China con su veto dentro del Consejo de Seguridad, es
improbable que tenga lugar una intervención militar occidental y que Assad siga
el mismo camino que el coronel Kadafi en Libia. Si el nivel de represión contra
la revuelta popular continuara constante y la Misión de Observación de la Liga
Árabe sufriera algún atentado, eventualmente la comunidad internacional podría
verse obligada a actuar.
La mayoría de los países no confían en que el mandatario
sirio, Bashar Al Assad detenga su ola de violencia contra sus opositores ya que
no ha cumplido los compromisos acordados con la Liga Árabe. La misión de la Liga
Árabe comenzó el 26 de diciembre y se espera que concluya en enero. Sin
embargo, ha estado signada por controversia desde su inicio, porque el jefe de
la misión, el teniente general Mohammed Ahmed al-Dabi, fue jefe de la
inteligencia del ejército de Sudán, país en donde las violaciones a los
derechos humanos han sido moneda corriente.
La represión en Siria deja hasta el momento unas 6.000
personas muertas y alrededor de 60.000 personas apresadas por el régimen. Los
reportes de hechos sangrientos aumentan cada día, a pesar de la presencia de
observadores de la Liga Árabe en el país y de las peticiones internacionales de
que cesen los enfrentamientos. La Comisión de Derechos Humanos de la ONU
condenó a Siria por violación de los derechos humanos. El proyecto fue aprobado
por 122 votos a favor con 13 en contra (Belarús, Bolivia, Cuba, Ecuador, Irán,
Nicaragua, Myanmar, Siria, Uzbekistán, Venezuela, Vietnam, República Popular
Democrática de Corea y Zimbabwe) y 41 abstenciones, entre las que destacaron
las de China y Rusia, miembros permanentes del Consejo de Seguridad. La
resolución fue presentada por las delegaciones de Francia, Reino Unido y
Alemania, con el respaldo de varios estados árabes (Arabia Saudita, Qatar,
Bahrein, Jordania y Marruecos).
“Hoy le digo de nuevo al presidente Assad de Siria: detenga
la violencia. Deje de matar a su pueblo”, dijo el secretario general de la Ban
Ki-moon. Con su veto en el Consejo de Seguridad, Moscú y Pekín paralizan a la
ONU y blindan al régimen de Al Assad. La tríada de Rusia, China e Irán
sostienen hoy política y militarmente al régimen sirio. Al igual que el
gobierno de Damasco, son responsables del baño de sangre.