lunes, 7 de septiembre de 2009

Un verano calienta para Obama

Después del triunfo del presidente Barack Obama, la mayor parte de los estadounidenses pensaban que el nuevo jefe de la Casa Blanca compensaría su falta de experiencia de gobierno con su capacidad comunicacional para lograr el cambio bajo su lema sí se puede, como lo había hecho durante la campaña. Pero, como presidente, su habilidad para vender sus políticas más importantes – particularmente la reforma al sistema de salud, tema central de su agenda doméstica – ha resultado mucho más débil de lo esperado. Las encuestas así lo indican. El Obama de la campaña electoral, se dio de lleno con la dura realidad.

Los números del presidente no son buenos. La reforma de la salud, la economía y dos guerras lo agobian. La alarma se encendió en el salón oval cuando las críticas llegan también desde sus filas, de sus más fieles e incondicionales votantes demócratas: los afroamericanos y los jóvenes.Según el sondeo de Zogby Internacional, su popularidad entre los miembros del partido bajó del 88 por ciento que registraba en julio al 75 por ciento en la más reciente muestra de agosto. En los jóvenes de 18 a 29 años el desplome fue aún más grave. De 59 por ciento pasó al 41 por ciento. En el caso de los afroamericanos, bajó del 83 por ciento al 74 por ciento. Incluso acumuló la desaprobación del 53 por ciento de los independientes, en comparación con un 43 por ciento que dieron calificaciones positivas a su trabajo en la Casa Blanca.
De acuerdo con la muestra, el 48 por ciento de la población desaprueba su gestión, que aún no cumplió su primer año. Los números son muy alarmantes, si se tiene en cuenta que Obama alcanzó a registrar casi un 70 por ciento de popularidad en sus primeros días como presidente.
Las cifras son, también, muy negativas si se compara con presidentes anteriores. Ninguno entre los 12 presidentes, en los últimos 70 años, había registrado un nivel tan bajo a estas alturas de su mandato. Bush (51 por ciento), Bush padre (70 por ciento), Reagan (52 por ciento), Carter (54 por ciento), Ford (50 por ciento), Nixon (58 por ciento), Johnson (70 por ciento), Kennedy (76 por ciento), Eisenhower (60 por ciento) y Truman (82 por ciento).
La excepción es Bill Clinton, que llegó a tener un 37 por ciento a cinco meses de asumir, pero luego repuntó en agosto con un 44 por ciento.
La caída del presidente en los sondeos se puede atribuir a la situación económica y a las guerras inconclusas y, particularmente, a la reforma a la salud que tiene divida a los legisladores y votantes demócratas.
Si Obama no logra aprobar una reforma que complazca a su base, el Partido Demócrata se arriesga a perder a los jóvenes que pueden sentirse defraudados con el estilo de política que, el entonces senador y candidato, prometió en campaña electoral combatir. Muchos están cada vez más desencantados con el hombre que prometió traer el cambio a Washington. “En una campaña se puede generar mucho entusiasmo porque uno no tiene que descender de las exaltadas generalidades. Pero cuando se trata de articular políticas reales en el poder, no hay dónde esconderse. Somos muchos los que estamos muy desilusionados con lo que vemos”, explicó Jane Hamsher, una líder entre los bloggers del progresismo estadounidense.
Los demócratas podrían perder por lo menos 20 escaños en las elecciones parlamentarias del año próximo si el presidente no logra reagrupar a sus legisladores y seguidores, ya que muchos votantes del ala progresista desilusionados podrían no concurrir a las urnas si Obama no cumple sus anuncios de campaña.
La reforma a la salud, que fue una de las grandes promesas de Obama durante la campaña, ha caído en medio de la oposición republicana y el lobby de las empresas aseguradoras, que la rechazan por contemplar la llamada opción pública. Esta opción convertiría al Estado en una aseguradora que competiría con la industria privada y, en teoría, reducirías los costos de la salud para millones.
Pese a su elocuencia, el presidente estadounidense no logra concitar el entusiasmo de la opinión pública en uno de los temas más importantes de su agenda política, y algunos aliados ya le están advirtiendo que un manejo inadecuado de este debate podría llegar a empañar el resto de su período de gobierno.
Las encuestas obligaron al presidente a tomar una decisión pragmática y a rebajar su promesa electoral sobre la reforma del sistema de salud. Obama trata de evitar el error de Clinton, quien envió un proyecto cerrado al Capitolio sobre una base de todo o nada. Por eso, el presidente articuló unos pocos principios y dejó los detalles en manos de los legisladores demócratas la reforma de salud, para que se negocie en el Congreso con los republicanos. Sin embargo, allegados a Obama creen que ha cedido demasiada influencia al Congreso.
Obama podría lograr este año, tras un duro debate en el Capitolio, que se apruebe una ley de salud, aunque recortada y más modesta de la prometida, pero de todos modos alcanzaría una vital victoria parcial.
Cuando el Congreso reasuma funciones este 8 de setiembre, la prioridad en la agenda doméstica será retomar las discusiones sobre cinco proyectos legislativos presentadas hasta ahora, uno de la cuales incluye la propuesta de una opción de seguro médico público.
Según un sondeo de la CNN, sólo el 44 por ciento de los estadounidenses aprueba cómo Obama condujo el debate sobre la reforma sanitaria, mientras el 53 por ciento tiene una opinión negativa al respecto.
Una encuesta aparecida en The Washington Post indica que ahora sólo 49 por ciento de los estadounidenses confían en que Obama siempre hará lo correcto, comparado con 60 por ciento en abril. Otras muestran que actualmente una estrecha mayoría de norteamericanos se opone a la reforma de la salud.
Hoy la agenda de la Casa Blanca es compleja y no alcanza con la dotes de comunicador de Obama. Un grave error podría conducir al desencanto. The New York Times, que lo apoyó decididamente, afirmaba tras su victoria: No es tiempo para los laureles; ahora viene la parte dura.
Atrás quedaron las mediáticas promesas electorales. El presidente Obama está descubriendo lo que es gobernar. De sus pragmáticas decisiones de largo aliento y no de sus efímeros discursos, dependerá el futuro electoral de los demócratas.