lunes, 14 de diciembre de 2009

Una guerra en el Triángulo Norte

El presidente salvadoreño, el izquierdista Mauricio Funes, enfrenta –al igual que sus antecesores- un gran desafío: violencia e inseguridad. Desde el pasado 6 de noviembre, el integrante de la antigua guerrilla del FMLN, sacó a las calles a un nuevo contingente de 2.500 soldados que fueron desplegados en los 19 municipios más afectados por la delincuencia. El Salvador, de poco más de 21.000 kilómetros cuadrados, vive una guerra difusa contra mafias y pandillas.


Este nuevo dispositivo, que se extenderá inicialmente por seis meses, reforzó a 1.600 militares que venían apoyando a la Policía Nacional Civil en las labores de vigilancia desde tiempo atrás. El despliegue del Ejército en las calles de algunas ciudades ya ha dado resultado y ha reducido la criminalidad de una media de 14 a 10 asesinatos diarios, según los informes.

En un mes los soldados que patrullan las calles armados con sus fusiles de asalto M-16 han arrestado a unas 100 personas cuando perpetraban algún delito, tras lo cual fueron entregados inmediatamente a la policía para que fueran presentados ante tribunales de justicia. Paradójicamente, el FMLN que en la década del ochenta enfrentó al Ejército salvadoreño en una cruenta guerra, había prometido desmilitarizar a la sociedad.

El trabajo conjunto entre Policías y Fuerzas Armadas no es novedad en la región. Ya se aplica en Colombia, México, Guatemala, Honduras y Nicaragua, entre otros países para complementar el combate al crimen organizado y asumir tareas de seguridad pública.

Entre enero y octubre, las autoridades salvadoreñas contabilizaron 3.598 asesinatos en todo el país y en noviembre registraron 421 homicidios. En 2008 el total de asesinatos registrados en el país fue de 3.179.

Números oficiales, difundidos, demostraron la imparable ola de violencia con un promedio de 10 muertes diarios, más de los que mueren en el conflicto en el Medio Oriente entre israelíes y palestinos.

El Salvador vive una ola de violencia sin precedentes generada por las extendidas pandillas, delincuentes comunes y crimen organizado, que lo han convertido, junto con Honduras y Guatemala -que conforman el llamado Triángulo Norte- en una de las regiones más violentas del planeta.

Las drásticas medidas que tomó Funes para frenar la violencia no son nuevas. En 2003, el entonces presidente Francisco Flores lanzó el plan Manodura y logró la aprobación de la Ley Antimaras, que estuvo vigente por un año. Cuando su sucesor, Antonio Saca, asumió la presidencia, dijo: “A delincuentes se les acabó la fiesta”. Meses después implementó el plan Súper Manodura, que sin embargo perdió dureza a fines de 2007.

Saca reconoció que el combate de las pandillas insumirá unos 25 años.

Las violentas pandillas o “maras”, cuyos miembros se cuentan por miles en El Salvador, son responsables de 60% de los homicidios cometidos en el país, además de extorsionar a comerciantes y traficar con armas y drogas.

Las pandillas con mayor número de miembros son la Mara Salvatrucha o MS-13 y su acérrima rival la Mara 18 o M-18, que juntas reúnen a unos 11.000 miembros, aunque la policía cree que la cifra podría llegar a los 18.000.

Las pandillas, llamadas maras por el diminutivo de “marabunta”, nombre de unas hormigas selváticas letales, surgieron en El Salvador durante la guerra civil como grupos de jóvenes a que se disputaban “territorios” en barrios y aldeas del país.

En ese entonces existían maras como la “Mara Máquina”, la “Mara Gallo” y “La Fosa”, que además se dedicaban a cometer asaltos para obtener dinero para su subsistencia.

Sin embargo, la guerra civil hizo que miles de salvadoreños emigraran a Estados Unidos, donde algunos comenzaron a aprender el funcionamiento de pandillas que operaban, principalmente, en las calles de Los Angeles.

A mediados de la década de 1980, grupos de latinoamericanos, principalmente mexicanos, formaron la Mara 18, cuyo nombre proviene de la Calle 18 de la ciudad californiana.

De igual forma, salvadoreños junto a otros centroamericanos, principalmente hondureños y guatemaltecos, conformaron la Mara Salvatrucha o MS-13, cuyo número proviene de la Calle 13 de Los Angeles.

Según datos del FBI, la Mara Salvatrucha tendría en Estados Unidos entre 6.000 y 10.000 miembros, sobre todo inmigrantes centroamericanos de primera generación.

La pandilla opera en 42 estados y el Distrito de Columbia y está implicada en tráfico de drogas, asesinato, violación, prostitución, robos, secuestros y vandalismo, según la misma fuente.

Tras el término de la guerra civil en 1992, muchos salvadoreños comenzaron a ser deportados de Estados Unidos, algunos de ellos con antecedentes penales, entre los que figuraban pandilleros.

En El Salvador los pandilleros deportados comenzaron a formar “clicas” o células de Mara Salvatrucha y de la Mara 18 con jóvenes en barriadas pobres, desplazando a las antiguas pandillas locales.

Según algunos informes, las “maras” cuentan con 50.000 miembros en Estados Unidos, 35.000 en Honduras, 15.000 en Guatemala y 15.000 en El Salvador.

Este año se reunieron en la capital salvadoreña más de 300 expertos, delegados, policías y funcionarios de trece países, entre ellos de Estados Unidos, México y El Salvador, en la Quinta Convención Anual Antipandillas. Ahí se concluyó que la prevención es un eje fundamental en su combate, pues buscan a sus “nuevos soldados” entre los jóvenes de sus comunidades. Martin Escorza, de la Fuerza Nacional Antipandillas de la FBI, manifestó que esos grupos “son trasnacionales y se mantienen en comunicación para cometer ilícitos en Estados Unidos y Centroamérica”, pues tienen una forma de comunicarse muy “fluida y sofisticada”, como muestran las investigaciones.