sábado, 24 de julio de 2010

Narcoterroristas quieren el poder económico y político

La guerra que llevan adelante los cárteles de la droga contra el gobierno y la sociedad mexicana, y en definitiva contra la democracia, ha escalado peligrosamente. Desde el pasado 15 de julio en México hubo un cambio cualitativo. Ese día, cuando caía la noche, con la explosión de un coche-bomba en Ciudad Juárez, se ingresó en la fase del narcoterrorismo en el marco de la ola de violencia que azota al país desde 2007, con un balance oficial de casi 25.000 muertos.


El coche-bomba, cargado con 10 kilos de explosivo plástico y detonado con un teléfono celular, explotó en una zona céntrica de Ciudad Juárez, fronteriza con Estados Unidos, la urbe más violenta de México, y causó al menos cinco muertes y destrucción en varios inmuebles.

El episodio ocurrió en de una de las peores jornadas de violencia que haya conocido el país en su frontera norte: en menos de 24 horas se registraron 16 muertes en Ciudad Juárez y en Nuevo Laredo.

Las autoridades creen que el auto-bomba fue en represalia por el arresto, horas antes, de Jesús Acosta, de 35 años, dirigente de la banda “La Línea”, brazo armado del Cártel de Juárez.

El Procurador General, Arturo Chávez, desestimó que los ataques de narcotraficantes “constituyan actos de terrorismo”, pero especialistas estiman que el país “entró en una escalada de acciones que pretenden atemorizar a civiles y vulnerar instituciones”. Samuel González, ex jefe de la Unidad Especializada en Delincuencia Organizada de la Procuraduría General de la República, señaló que el atentado en Juárez fue “inequívocamente narcoterrorismo”.

Para Pedro Isnardo de la Cruz, especialista de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), “estamos justo en la antesala de una nueva forma de violencia, más cruenta y perniciosa, de los grupos delictivos que absorben la experiencia de la narcoguerrilla colombiana y las mafias italianas”. Según algunos analistas, como Néstor Ojeda, del diario Milenio, los cárteles de la droga avanzan directamente hacia el narcoterrorismo: “por más que las autoridades pretendan bajarle el tono al atentado con coche bomba contra las fuerzas federales en Ciudad Juárez, Chihuahua, lo cierto es que todos y cada uno de los indicios alrededor del hecho confirman que se trató de un ataque terrorista organizado por las bandas del narcotráfico”.

Otro analista, Ricardo Alemán, del diario El Universal asegura que “a buena parte del Gabinete de Seguridad no le da para entender y menos explicar que el tamaño de la violencia del crimen organizado y el narcotráfico, ya superó todo antecedente —incluida la colombianización—, y que la nueva guerra que enfrenta el Estado; sus instituciones, políticos, periodistas y sociedad, debe ser entendida desde una nueva e inédita óptica, lenguaje y cultura”.

Con la escalada de violencia “el crimen organizado busca ampliar su dominio del campo geográfico al político, debido a que ya cuenta con el poder económico que le permite hacerlo”, observó René Jiménez Ornelas, del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM. Sostuvo que el control del narcotráfico se extiende ante los vacíos de poder y la falta de una acción contundente para atacar de forma integral los delitos.

El narcoterrorismo en México se caracteriza no solo por acciones violentas que tienen el propósito de infundir el miedo en sus adversarios en las luchas por el control del negocio y en la sociedad mexicana. Los narcotraficantes están asesinando a personas inocentes de forma accidental e intencional. Lanzaron granadas a una plaza repleta de gente en Michoacán, han acribillado a familias enteras y a decenas de jóvenes estudiantes en fiestas. Por eso la violencia del narcoterrorismo en México ha sido más rápida en su expansión, más sangrienta en número de asesinados, más pavorosa en los recuentos de los descuartizadores de cadáveres, más amplia en número de poblaciones amedrentadas y más difícil de contener o combatir.

Las decapitaciones, la aparición de cadáveres descuartizados, los secuestros, los colgados en plazas públicas y la aparición reciente de los coches bomba, no se pueden soslayar en el análisis. Lo cierto es que la ciudadanía ya es víctima y objetivo de los narcos desde hace tiempo. Los hechos son incuestionables.

Minimizar sus actos sólo empeorará la situación y retrasará su combate, con necesarias nuevas tácticas y estrategias adecuadas al nuevo enemigo.

Para empezar el terrorismo de los narcos cuenta con recursos humanos, económicos y militares muy considerables. El gobierno tendría que asumir su gravedad y reaccionar con medidas que cohesionen a la sociedad y nuevas formas de combate en esta guerra asimétrica. De otra forma será imposible vencer a un enemigo aún oculto entre sus víctimas.

El terrorismo llegó a México, eso no debiera estar en discusión, negarlo es suicida. Lo que dificulta su percepción es que se trata de un terrorismo particular: se trata del terrorismo de los narcos y eso le da su especificidad, su particularidad dentro de la amplia gama de modos de sembrar el miedo extremo, como parte del terrorismo global que es el que atormenta al mundo en estos momentos de guerras asimétricas de cuarta generación.

En la era del terror, todos los terroristas utilizan la violencia extrema para sembrar el miedo en una sociedad determinada y entre los miembros de sus instituciones políticas, judiciales, militares y policiales. La diferencia son las motivaciones y los objetivos que se persiguen al hacerlo. Los terroristas islámicos quisieran crear el califato universal; los terroristas de izquierda quisieran cambiar la sociedad injusta en una sociedad más igualitaria; los terroristas nacionalistas quisieran conquistar un territorio para la implantación de un estado-nación; y los narcoterroristas quieren el poder en su doble vertiente: económico y político, para garantizar la fluidez de sus negocios ilícitos y con tal de conseguirlo están dispuestos a utilizar el terror contra todos. Ignorarlo es un error.