sábado, 28 de noviembre de 2009

El amor a la muerte

Todos anhelan el fin de los conflictos en el Medio Oriente, pero más allá de los acuerdos que puedan alcancar sus dirigentes en la mesa de negociación, sin respeto a la vida no habrá una paz efectiva en la región. Hoy, esa meta parece lejana y no precisamente por la marcha y las contramarchas en los procesos de negociaciones, sino porque una gran parte del mundo islamista celebra la glorificación de la muerte como una de sus prioridades.



La falta de respeto a la vida está enraizada en la cultura misma de los extremistas y no se vislumbran cambios profundos, que dejen atrás décadas de férreos adoctrinamientos a muchas generaciones de musulmanes.

En un artículo en la revista Aafaq (www.aafaqmagazine.com), el escritor árabe Mansour Al-Hadj, describió la formación islamista que recibió en su juventud en Arabia Saudita. Allí, según relata, le inculcaron la cultura de la muerte y la glorificación de los mártires. Los mismos mensajes -explica- fueron también transmitidos por la propaganda islamista a la que fue expuesto como estudiante universitario en Sudán.

“Creciendo en Arabia Saudita, no aprendí a amar la vida... sino a amar a la muerte como un mártir por la causa de Alá”, señala el escritor Mansour Al-Hadj en el artículo.

Las confesiones son impactantes. “Creciendo en Arabia Saudita, no aprendí a amar la vida. Por el contrario, aprendí a amar la muerte como un mártir por la causa de Alá. Se me enseñó que el amor por la vida es una característica de los hipócritas, y que los que protegen sus vidas con mayor intensidad son los infieles, tal como dice en el Corán. También aprendí que el que no participa en el Jihad, o se prepara a si mismo para el Jihad muere como un hipócrita, tal como dice en el hadith”, explica el escritor árabe.

“Crecí odiando la vida. Cuanto más cerca me sentía de Alá y mi amor por Alá crecía, más odiaba la vida y despreciaba a los pecadores, a aquéllos que combaten a Alá y a su Profeta con actos de desobediencia, y los que no adoran a Alá de la manera correcta”, afirma Mansour Al-Hadj.

“En cuanto a odiar a los infieles y no musulmanes, se me dijo que esto es fundamental para la fe, porque el amor por Alá y el amor por sus enemigos no pueden vivir juntos en el corazón de un musulmán”, rememora en la publicación.

El escritor musulmán recuerda también que “lo mejor de la juventud sudanesa murió víctima de esta propaganda jihadista de Sudán. Los islamistas en Sudán se aprovecharon de la religión para reclutar jóvenes que estaban dispuestos a morir por Alá. Los jóvenes de Sudán compitieron para unirse a los batallones jihad conocidos como asesinos de tanques buscando el martirio y dispuestos a inmolarse para destruir los tanques enemigos. Los políticos de Sudán se enorgullecen de estos combatientes, diciendo que el enemigo tiene tanques pero nosotros tenemos asesinos de tanques”, explica al traer a la memoria su formación universitaria.

Las afirmaciones de escritor árabe Mansour Al-Hadj no son las únicas. Y lo trágico es que estos relatos no son excepcionales, abundan en buena parte del mundo islámico.

El jeque Ikrimeh Sabri, un muftí palestino sostenía abiertamente: “Les decimos, tanto como amáis la vida, los musulmanes amamos la muerte y el martirio. Existe una gran diferencia entre el que ama el otro mundo y el que ama este mundo. El musulmán ama la muerte y el martirio”

“…Es como si le dijéreamos a los sionistas: nosotros deseamos la muerte como ustedes desean la vida”. Esta afirmación responde a Fati Hammad, un parlamentario del grupo islamista Hamas, que se hacía responsable de las muertes de palestinos, al reconocer el uso de civiles como escudos humanos, en Gaza, durante los combates con los israelíes.

Pero la cultura de muerte y odio no se limita sólo a los extremistas palestinos. En Egipto, el jeque Atiyyah Saqr, de Al-Azhar, explicaba que “la cobardía y el amor a esta vida mundana son trucos indiscutibles de los judíos”. En el Líbano, Hassán Nasralah, lider espiritual y jefe del chiita Hezbolá, señalaba: “Hemos descubierto cómo dar a los judíos donde son más vulnerables. Los judíos aman la vida, así que es lo que les vamos a arrebatar. Vamos a ganar, porque ellos aman la vida y nosotros amamos la muerte”.

El jihadista afgano Maulana Inyadulah declaraba: “Los americanos llevan vidas decadentes y temen a la muerte. Nosotros no tememos a la muerte. A los americanos les encanta la Pepsi Cola, a nosotros nos encanta la muerte”.

Estas afirmaciones demuestran que es equivocado ver todos los conflictos entre el mundo islámico y Occidente como causados por los occidentales, cuando la ortodoxia islamista propia del siglo XI, proclama -explícitamente- la Jihad y hace culto de la muerte.

Es necesario que el llamado mundo islámico sea medido por los mismos estándares morales y cívicos a los que están sujetos los occidentales. No se puede exigir un estándar moral más alto a Occidente del que exige al mundo islámico. Las reglas deben ser las mismas para todos, de lo contrario se estará justificando la cultura de la muerte que llevan adelante los fundamentalistas sobre la de la vida, y cualquier solución que se logre para los conflictos del Medio Oriente será efímera.

domingo, 22 de noviembre de 2009

Un año después, Obama tiene más canas

Hace un año sosteníamos que el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, realizaría reformas, pero no las que muchos se imaginaban. La realidad le impondría una agenda pragmática, más allá de las promesas electorales y las intenciones del histórico inquilino negro de la Casa Blanca. Hoy la realidad confirma ese análisis.

 El presidente Obama, reconoció que ha perdido algo de peso y ha ganado algunas canas durante su primer año de gobierno. Esas revelaciones no deberían llamar la atención, si recordamos su primer premonitorio discurso. En la misma noche que se conocieron los resultados que le dieron la victoria, alertó sobre las expectativas altas que muchos se hacían con su histórico triunfo.



"Habrá contratiempos y pasos en falso. Habrá muchos que no estarán de acuerdo con todas las decisiones o políticas que haga como presidente. Y sabemos que el gobierno no puede resolver todos los problemas. Pero siempre seré honesto con ustedes sobre los desafíos que enfrentamos", decía en su discurso Obama.



The New York Times, que lo apoyó decididamente durante su campaña, lo resumía con acierto: "...ahora viene la parte dura". Y sin duda, tras la luna de miel del primer año, Obama no pasa por su mejor momento, más allá de la simpatía que sigue cosechando fuera de su país. La popularidad de Obama entre los estadounidenses por primera vez está por debajo de 50%. Atrás quedó el 70% de aprobación que tenía al asumir la presidencia en enero.



La encuesta de la Quinnipac University muestra que el 48% de los estadounidenses aprueba el desempeño del presidente, contra 42% que lo desaprueba. La realidad le pasó la cuenta al jefe de la Casa Blanca.



Pero además de los sondeos, otros hechos marcan los tropiezos. El fracaso en las elecciones a gobernador de Virginia y Nueva Jersey, esta último un feudo demócrata en el que el presidente había logrado una abismal diferencia de 16 puntos respecto a John McCain en las presidenciales fue un duro golpe. La pérdida de ese estado, donde los republicanos no ganaban desde 1979, es particularmente un traspié duro para Obama y los demócratas, que habían invertido esfuerzo e imagen en la campaña electoral.



Fue, quizás, un llamado de atención para las legislativas de 2010, el primer referéndum clave sobre su gobierno y en las que los republicanos pretenden recuperar el control de las dos cámaras del Congreso. "Los demócratas deberían tener razones para temer las venideras elecciones del 2010", afirma Michael Steele, presidente del Partido Republicano.



Los problemas con los que debe lidiar la administración demócrata no son pocos, pero para el conjunto de la sociedad estadounidense, la crisis financiera se ha convertido en el tema central y se ha transformado en un verdadero dolor de cabeza para Washington. Si bien la Casa Blanca para combatir la crisis ha implementado un conjunto importante de medidas, logrando que la primera economía del mundo volviera al crecimiento en el tercer trimestre del año, el presidente Obama cree que se puede producir una segunda recesión.



"Es importante reconocer que, si seguimos añadiendo deuda pública, en mitad de la recuperación, la gente puede perder su confianza en la economía de Estados Unidos, lo que puede provocar una doble recesión", dijo. Actualmente el país posee una deuda pública de 12.03 billones de dólares, según las cifras oficiales del Departamento del Tesoro. Esta cifra, la más alta del mundo, representa el 83% del PIB.



El experto Noubel Roubini, de la Universidad de Nueva York, también cree en la posibilidad de una segunda recesión, si el gobierno no da luz verde a un segundo plan de estímulo. La administración aprobó un primer proyecto por 787.000 millones de dólares.



Obama ya convocó a una reunión sobre empleo el 3 de diciembre en la Casa Blanca. El desempleo, está en el 10.2%. "Estamos analizando nuevas desgravaciones fiscales para animar a las empresas a contratar cuanto antes", anunció el presidente. "La cuestión ahora, es cómo procurar que aceleremos la creación de puestos de trabajo. Es mi tarea número uno", dijo Obama al resumir su preocupación.



Pero como alertó el presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, la recuperación económica está a merced del destino financiero y del desempleo y que todo lo que se podía decir, era que la degradación del mercado de trabajo podría ir más lento pero no cesar.



Obama, también deberá sortear el escollo del Senado para su ambicioso proyecto de reforma al sistema de salud ­una de sus principales promesas electorales- tras su aprobación en la Cámara de Representantes. El reñido debate se saldó con 220 votos a favor y 215 en contra. Se opusieron 39 legisladores demócratas y los republicanos, salvo uno que lo apoyó.



La Cámara respaldó el proyecto de ley que ampliaría la cobertura de salud a 36 millones de personas que carecen de seguro con una clara intervención del gobierno, y un costo de un billón de dólares, lo que implicaría el mayor cambio de política sanitaria en el país en las últimas cuatro décadas.



El presidente reconoció de manera implícita que subestimó las dificultades, y no cree que su proyecto insignia logre ser aprobado en 2009. Obama deberá logar ahora que los 58 demócratas y dos miembros independientes del Senado lo acompañen, ante la oposición republicana que busca dilatar la decisión. Se necesitan dos tercios de la cámara alta, 60 votos, para superar las medidas dilatorias y pasar al debate en el pleno.



La lista de problemas que deberá enfrentar Obama es compleja. Por eso el presidente, además de liderar y tomar cruciales decisiones sobre el envío de más soldados a la estratégica guerra contra los talibanes en Afganistán, debe enfrentar otros asuntos espinosos como el prometido cierre del centro de detención de Guantánamo para enero de 2010, lo que será imposible, dado que Washington no ha podido determinar qué hacer con los más de 200 detenidos en la base. Asimismo, la reapertura de negociaciones de paz entre israelíes y palestinos sigue trabada mientras no se descarta el estallido de una tercera Intifada. Por otra parte, en Irak, los sangrientos atentados ponen en tela de juicio su anuncio del retiro total a finales de 2011. Todo esto sin olvidar la desafiante carrera nuclear del régimen iraní, que sigue provocando a Occidente al rechazar las propuestas logradas en Ginebra entre las grandes potencias y Teherán. A Obama, le urgen los resultados.



"Fue un año excepcional, no tanto para mí como para los estadounidenses: dos guerras, la peor crisis financiera desde la Gran Depresión". Así lo resumió Obama a la cadena NBC. La realidad fue más dura que las promesas.

domingo, 15 de noviembre de 2009

DE HELSINKI A BERLIN

MUCHO SE HA ANALIZADO LA CAIDA DEL MURO DE BERLIN EN 1989. SIN EMBARGO, PARA ENTENDER LAS CAUSAS QUE TAMBIÉN CULMINARIAN CON EL FIN DEL LLAMADO SOCIALISMO REAL EN EUROPA, ES NECESARIO TENER EN CUENTA EL PAPEL DECISIVO QUE JUGO EL ACTA FINAL DE LA CONFERENCIA SOBRE SEGURIDAD Y COOPERACION EN EUROPA, SUSCRITA POR 33 PAISES EUROPEOS ­ENTRE ELLOS LA UNION SOVIÉTICA-, ADEMAS DE ESTADOS UNIDOS Y CANADA. EL 1 DE AGOSTO DE 1975, EN HELSINKI, SE PUSO EN MARCHA UN PROCESO IRREVERSIBLE QUE CULMINARIA CON EL FIN DE LA GUERRA FRIA.


Los acuerdos rubricados en Helsinki expusieron claramente el vínculo entre los derechos humanos individuales y la seguridad nacional. Ayudaron a terminar los regímenes comunistas en Europa Oriental e impulsaron nuevas relaciones económicas y de seguridad entre Occidente y Oriente. Pero además, derivaron en la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE), de 56 miembros, una activa entidad internacional que hoy aboga por la democracia y los derechos humanos en todo el mundo.



Sin embargo, para la mayoría de los expertos en política internacional el logro más grande de Helsinki fue el establecimiento de un conjunto de obligaciones de derechos humanos y compromisos democráticos, por los que los ciudadanos de toda la región pudieron exigir desde la década del 70 a sus gobiernos el cumplimiento de los mismos.



En el pacto de Helsinki los soviéticos tenían una prioridad. Que se consideraran definitivas las fronteras trazadas después de la Segunda Guerra Mundial y que ellos creían amenazadas por los alemanes occidentales y las potencias aliadas. Los países del Oeste, en cambio, tenían otra. La de que se garantizaran los derechos humanos en Europa Oriental.



Los soviéticos firmaron el acuerdo de Helsinki, 30 años después del final de la II Guerra Mundial, pensando que estaban haciendo una buena jugada en el tablero geopolítico que enfrentaba a los dos bloques al asegurar sus fronteras, pero en realidad el documento aceptado puso en marcha el proceso que minó los rígidos cimientos del Muro de Berlín y encendió una rebelión que llegaría incluso hasta Moscú.



Los ciudadanos se enteraron de que los derechos humanos tenían vigencia incluso en donde no eran respetados, y que los países europeos eran garantes entre sí, de la vigencia de los mismos y de su defensa.



En los primeros momentos, los sectores más conservadores de Occidente consideraban que el tratado no cambiaría mucho las cosas en la Unión Soviética, pero en el largo plazo el acuerdo se constituyó en un instrumento útil para resolver y distender los conflictos, y finalmente condujo al desmantelamiento del poder soviético tanto en Europa Oriental como en la propia Rusia. Tras la conferencia de Helsinki a los ojos de observadores, habían sido los países del bloque del Este los más beneficiados, unos años después se vio que el respeto a los derechos humanos jugaba un papel de creciente importancia en dichos países.



Los grupos disidentes en la República Democrática Alemana y en Polonia, entre ellos el Sindicato Solidaridad, se apoyaron en el acta de Helsinki. También la Carta 77, que entre otros firmó quien fuera el presidente de la República Checa, Václav Havel, se ampararon en lo que el propio gobierno se había comprometido en Helsinki: la defensa de las libertades individuales.



Como sustento legal, los disidentes se escudaron en el punto 7 de la Declaración de Helsinki, que sus respectivos regímenes habían rubricado en 1975. Según dicho punto, los Estados firmantes de la declaración se comprometían a respetar los derechos humanos y libertades fundamentales, así como las de pensamiento, religión o creencia de todo ciudadano. Las opiniones y reivindicaciones de los intelectuales desafectos con el sistema socialista se convirtieron en la punta de lanza de la rebelión y las protestas de la mayoría de la sociedad civil, descontenta con la situación social y económica. El acta de Helsinski, también impidió que los gobiernos de los países del bloque del Este combatieran a estos emergentes movimientos disidentes con medios militares, como se había sucedido en 1953 en Berlín Oriental, en 1956 en Hungría y en 1968 en Praga.



En un reciente artículo titulado "Sendas hacia 1989" el historiador alemán Fritz Stern sostiene que al comienzo "pocos líderes políticos, de ambos lados, percibieron el potencial incendiario de Helsinki, que ofrecía a los movimientos disidentes de Europa Oriental y de la Unión Soviética el aliento moral y algo de protección legal".



El acta de Helsinki fue el documento que llevaría al continente de la división a la integración. Como consecuencia de esta transformación geoestratégica, el conflicto Este-Oeste que llevó a Europa en más de una ocasión al borde de una nueva conflagración mundial, que de producirse sería atómica, fue superado. La Guerra Fría llegaba así a su final.



Desde principios de los años noventa, el proceso de Helsinki se ha ampliado más allá de Europa. La OSCE tiene ahora programas de democracia en conjunto con seis naciones del Mediterráneo y cinco países de Asia, lo que la hace la única organización política del mundo completamente inclusiva, transatlántica, europea y euroasiática. La OSCE estableció nuevas estructuras, y enfrentó nuevos desafíos, desde el terrorismo al cambio climático, la transparencia militar y la estabilidad en los Balcanes y en el territorio de la antigua Unión Soviética.



Los principios de Helsinki se promueven hoy mediante un enfoque para resolver los conflictos por medio de mecanismos para crear confianza, elaborados por la OSCE junto con la sociedad civil, los gobiernos y el sector privado, para ayudar así a desactivar las tensiones políticas, no solamente en Europa, sino en cada vez más lugares del mundo.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Una “bomba demográfica” en Israel

En algunos años la población árabe-palestina podría ser mayoría en Israel frente a la judeo-israelí si se mantienen las actuales tendencias demográficas, afirman expertos. Y un Estado de Israel que no logre resolver la ecuación demográfica árabe-palestina, acabaría siendo no democrático o no judío, o quizás ninguna de las dos. La hipótesis es clara para algunos académicos. El Estado de Israel, como hogar nacional del pueblo judío, como Estado que se autodefine como judío y democrático, podría llegar a su extinción como lo conocemos hoy. La afirmación podría parecer apocalíptica, pero está en el centro de muchos debates académicos sobre el conflicto de Medio Oriente.


Esta amenaza interna podría convertirse en una bomba de relojería para el Israel del siglo XXI. Según un artículo que publicó el filósofo sirio residente en Paris, Hashem Saleh, en el diario Al-Sharq Al-Awsat, la victoria sobre Israel sería lograda no por las armas sino a través de una táctica diferente: la demografía. “Soy positivo en que podemos ganar esta batalla sin disparar un solo tiro. Nosotros podemos hacer esto empleando una táctica diferente, es decir a través de nuestra natalidad y demografía. Los palestinos agobiarán a los israelíes e influirán sobre ellos a través del número de sus habitantes”, sostuvo el filósofo sirio en la publicación árabe que se edita en Londres.

Yasser Arafat, en 1980, ya había hablado de esta táctica como una “bomba demográfica” contra Israel. “El útero de nuestras mujeres es el mejor arma para doblegar a los judíos”, solía afirmar el desaparecido líder histórico palestino.

Que se trata en parte de una opción ideológica es algo que parece evidente. Según algunos expertos palestinos, tener familias numerosas se ha convertido en casi un deber patriótico. El aumento de la población árabe se convierte en un mecanismo de seguridad: la garantía de continuidad del combate contra los israelíes.

La tendencia demográfica al alza de los palestinos se ha intentado contrarrestar con las migraciones de judíos desde todos los continentes. Sin embargo, hay que sumarle los palestinos de Gaza, Cisjordania y los casi cuatro millones de refugiados que viven en los estados árabes limítrofes y cuyo regreso es una reivindicación tradicional de las facciones palestinas.

Si la tendencia actual persiste, los árabes constituirán la mayoría de los ciudadanos israelíes en 2040 o 2050.

La Oficina Central de Estadística de Israel publicó recientemente su informe anual de datos que muestran cifras sobre el estado general de Israel, que indica que la población actual del país es de 7 millones 465 mil personas, de las cuales el 75.47% (5,634.000) son judíos; el 20.26% (1.513.000) árabes y, el 4.25% restante (318.000) se definen como “otros”, un grupo formado en su mayoría por los inmigrantes y sus familias que no están registrados como judíos. El 70 % del total de la población judía son israelíes nativos, o “sabras”, y al menos la mitad de ellos son segunda generación en el país, comparados con la población israelí nativa del 35 % cuando se estableció el Estado en 1948.

Durante 2008 nacieron 156.923 bebés, un aumento del 3.5% comparado con los nacimientos durante el año anterior; esto significó un aumento de 2.8 a 2.96 en el promedio de hijos de las familias judías. En la comunidad musulmana, el promedio de niños por madre fue de 3.84, lo que representó un descenso en relación con el de los dos años anteriores, cuando fue del 3.97 por ciento. Esto indica que el crecimiento de la comunidad árabe musulmana sigue siendo superior a la judeo-israelí.

La población en Israel, según el pronóstico de la oficina especializada, será de 10 millones de habitantes hacia 2030.

La situación demográfica de Israel, considerada una amenaza interna, no está fuera de los análisis del conflicto, teniendo en cuenta además las otras amenazas externas. En el sur el grupo terrorista islámico Hamas, en el norte el grupo fundamentalista Hezbolá, y desde el este el Irán nuclear que proclama la destrucción del Estado israelí, se oponen a la existencia de un Estado judío.

Muchos de los casi un millón y medio ciudadanos árabes de Israel se han radicalizado. Durantes los últimos conflictos militares que enfrentaron a las tropas israelíes con Hamas y Hezbolá ellos han reconocido abiertamente una identidad palestina y han hecho suyos los objetivos nacionales palestinos. Sus portavoces afirman que su lealtad está con su gente, más que con su Estado en el que viven, Israel. Muchos de los líderes de la comunidad árabe, que se benefician de la democracia israelí, apoyaron más o menos públicamente al grupo Hezbolá en 2006 y algunos hasta abogaron la disolución del Estado judío.

Las tendencias demográficas de Medio Oriente suponen una amenaza real para la estabilidad y la democracia, y están a la par de las cuestiones militares y estratégicas. Hace años Kadhafi dijo, refiriéndose a Occidente: “Ustedes tienen la bomba atómica, pero nosotros tenemos la bomba demográfica”. El Instituto de Política Migratoria de Estados Unidos estima, por su parte, que para 2050 el 20% de la población de la UE será de fe islámica. Los no musulmanes podrían quedar en minoría en Francia y quizás en casi toda Europa a mediados de esta centuria. En Austria, que el siglo pasado tenía 90% de católicos, en 2050 el islam podría ser el credo mayoritario entre los menores de 15 años. En Bruselas, el corazón político de la UE, los primeros siete nombres más usados en 2008 para recién nacidos fueron Mohamed, Adam, Rayan, Ayoub, Mehdi, Amine y Hamza. Todos de origen árabe.

Por eso hoy en una época de cambios demográficos, con un cuarto de la población de Israel no judía -y el número va en aumento- los árabes que viven en el oeste de Jordania pueden volverse mayoría pronto, y surge una pregunta: ¿cómo se preservará la seguridad de una eventual minoría judía? La amenaza existe. Si Israel no logra la paz con sus vecinos palestinos, podría dejar de existir como Estado judío y democrático, y como la última frontera de Occidente con Medio Oriente.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

El narco-Estado talibán

Afganistán va en camino de convertirse en un “narco-Estado”. Un informe presentado a principios de septiembre al Congreso estadounidense lo advierte. La alianza entre los señores de la guerra y los grupos de criminales que se benefician del narcotráfico añaden un elemento singular en la guerra contra los talibanes, que con el apoyo de Pakistán y Arabia Saudí se instalaron en Kabul en 1996.

Los esfuerzos para acabar con la producción de opio en Afganistán, mayor productor del mundo de esa droga cuyo comercio ilegal alimenta a la insurgencia fundamentalista e islámica, son hasta ahora insuficientes. La economía de la droga y de la corrupción es tan extendida que Afganistán podría convertirse muy pronto en un “narco-Estado”, en una región en donde las escalda de violencia va en aumento. Afganistán es responsable del 92% de la producción mundial de opio, que alimenta un mercado de 65.000 millones de dólares con 15 millones de clientes en el mundo, según un informe de la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Crimen (ONUDC).

Estos importantes recursos, en el quinto país más pobre del mundo, benefician en gran parte a los fundamentalistas talibanes, que financian así su insurrección contra el gobierno apoyado por una coalición occidental que lidera Washington.

El opio continúa siendo un negocio lucrativo, y a pesar de una caída del 25% entre 2008 y 2009, se vende entre 113 y 85 dólares el kilogramo. La producción de opio afgano se disparó, para alcanzar las 6.900 toneladas en 2009, superando al consumo mundial. Las reservas de opio acumuladas en el país centroasiático alcanzan ahora, según la ONUDC, las 12.000 toneladas.

Estados Unidos y sus aliados de la OTAN deberán inevitablemente combatir la producción y el tráfico de opio y heroína en Afganistán, Pakistán e Irán, para derrotar al movimiento islamista Talibán y estabilizar la nación centroasiática. Esos tres países forman la llamada “Media Luna Dorada”, una de las dos principales áreas de producción de esas drogas y otras derivadas de la amapola, junto con el llamado “Triángulo Dorado” del sudeste asiático, formado por Tailandia, Birmania y Laos.

Naciones Unidas teme que los réditos del narcotráfico se hayan hecho ya más importantes que la ideología y ello explicaría la desbordante corrupción presente en Afganistán. Ashraf Ghani, ex ministro afgano de Finanzas, dejó su cargo en 2004, según él, porque el Estado afgano estaba bajo el control de los narcotraficantes. “Este narco-Estado se ha consolidado”, afirmaba.

Es por ello que la estrategia para el combate contra el narcoterrorismo que Colombia lleva adelante ya está a consideración de muchos estrategas de la coalición occidental, para las futuras batallas contra los talibanes.

“Como sucedió en Colombia en los años 80, el cártel del opio compra a los políticos y de este modo consolida el control sobre el territorio nacional. A diferencia de las FARC, integradas plenamente en el narcotráfico hasta el punto de convertirse en su milicia armada, los talibanes mantienen su independencia, aun siendo instrumentos útiles para la consolidación de los feudos del opio”, aseguró la economista italiana Loretta Napoleoni, especialista en los modelos económicos del terrorismo.

Entre el 2005 y el 2008, el Talibán recaudó unos 160 millones de dólares en impuestos a los narcotraficantes y los campesinos que cultivan la amapola o adormidera, descrita hace siglos por un célebre médico chino como “la flor que mata como un sable”, y base del opio y sus derivados, la heroína y la morfina. Además, los opiáceos dan a los talibanes y otros grupos inspirados en Al-Qaeda una cuota de mercado de unos 1.000 millones de dólares anuales en la vecina Pakistán, según los informes.

En estos días el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, y sus asesores civiles y militares están analizando el nuevo rumbo de la guerra necesaria, como la calificara el jefe de la Casa Blanca. Más allá de las decisiones sobre cuántos soldados más se sumarán a la ofensiva, para todos está claro que la estrategia contra los narco-talibanes no puede ser la misma que en Irak. La alianza entre el terrorismo islamista y el narcotráfico tiene el dinero suficiente y el tiempo necesario para enfrentar a todos los que se interpongan en su camino. Para ganar la guerra en Afganistán es ineludible combatir el tráfico de drogas. Por lo tanto, la lucha contra la producción y tráfico de drogas debe figurar entre las prioridades de la estrategia y contar con instrumentos a la altura de otros componentes civiles y militares en la lucha contra el terrorismo y el islamismo radical.

Los campos de Afganistán cubiertos por las rojas flores de la amapola, cultivo que se extiende peligrosamente a todas las provincias, son parte vital de la simbiosis entre terroristas y narcotraficantes para financiar la guerra que hace ocho años llevan adelante los insurgentes islamistas. Las consecuencias son previsibles sin no son derrotados. Afganistán será un narco-Estado alimentado por la economía de los narcoterroristas.