jueves, 22 de septiembre de 2011

¿Por qué los palestinos no tienen su Estado?



Los palestinos anunciaron que presentarán el viernes en la ONU el pedido para que el organismo multilateral apruebe la admisión de un Estado soberano de Palestina con las fronteras de 1967 y Jerusalén Este como capital.

¿Pero por qué los palestinos no tienen su Estado? ¿En decenas de años los dirigentes palestinos no tuvieron oportunidad de crearlo? Las respuestas están en la historia de este largo conflicto. Los recurrentes 'no' del mundo árabe y de los palestinos en las mesas de negociaciones jugaron en contra de sus propios intereses.

El 29 de noviembre de 1947 la Asamblea General de la ONU aprobó la Resolución 181, la cual recomendaba un plan para resolver el conflicto entre judíos y árabes en la región de Palestina, que se encontraba en esos momentos bajo administración británica. El plan de la ONU proponía dividir la parte occidental del mandato de Londres en dos Estados, uno judío y otro árabe, que incluía Jerusalén y Belén bajo control internacional.

Apenas dos semanas después de aprobarse la resolución de la ONU, en una reunión pública celebrada el 17 de diciembre, la Liga Árabe aprobó una resolución que rechazaba frontalmente la de la ONU y en la que advertía que, para evitar la ejecución del plan de partición, emplearía todos los medios a su alcance, incluyendo la violencia armada. La amenaza árabe finalmente se cumplió.

El Reino Unido rechazó compartir la administración de Palestina con la ONU durante el período de transición recomendado por el plan y abandonó Palestina el 15 de mayo de 1948, fecha en que expiraba el mandato británico y un día después de que Ben Gurión leyese la Declaración de Independencia del naciente Estado hebreo.

Fuera de Palestina y del mundo árabe, el nacimiento del Estado judío encontró apoyo tanto en Occidente como en el bloque de países que estaban bajo la órbita de la Unión Soviética. La Liga Árabe, sin embargo, a través de su secretario general, Azzam Pachá, anunciaba el inminente ataque contra los judíos: “Será una guerra de exterminio, una terrible matanza, comparable a los estragos de los mongoles y a las Cruzadas”. El jefe palestino, Ahmed Chukeiry, afirmaba que la invasión tendría como objetivo “la eliminación del Estado hebreo”. En la noche del 15 de mayo de 1948, los ejércitos de Egipto, Transjordania, Siria, Líbano e Irak cruzaron las fronteras y comenzaron la invasión del flamante Estado de Israel. La primera guerra árabe-israelí había comenzado. Sin embargo, esa no fue la única oportunidad histórica que perdieron los palestinos y el mundo árabe al oponerse a la resolución de la ONU.

Un anterior plan de partición se había propuesto el 7 de julio de 1937. La Comisión Peel de Gran Bretaña había publicado su informe en Londres, reconociendo que el conflicto entre árabes y judíos era irresoluble y recomendaba la partición de Palestina en dos Estados soberanos independientes. La Comisión había sido establecida aparentemente en respuesta a los disturbios árabes que habían estallado en 1936, inspirados por el mufti de Jerusalén, Haj Aminal-Hussaini, aliado de Adolfo Hitler. El no árabe a la Comisión Peel fue el preludio a su rechazo a la resolución de la ONU.

Algunos análisis indican que en 1937 los árabes habrían controlado el 90% del Mandato de Palestina si hubieran aceptado las propuestas, ya que sólo les hubiera correspondido a los judíos el 10%. Atrás quedaba también la Declaración de Balfour de 1917. También allí primó la negativa del mundo árabe.

Después de la Guerra de los Seis Días, Israel estuvo dispuesto a negociar, a retirarse de casi todo el territorio conquistado ­Sinaí, Golán, Cisjordania, Gaza y Jerusalén Este­ a cambio de la paz con todo el mundo árabe, pero en la cumbre de Jartum, meses después, este respondía con su famoso “triple no” al reconocimiento, a las negociaciones, a la paz, dando inicio a otra escalada en el conflicto.

El “no” también fue también la respuesta a las propuestas de Ehud Barak en Camp David II en el 2000. El primer ministro ofreció retirarse del 95% de Cisjordania y del 100% de la Franja de Gaza. Además, convino en desmantelar 63 asentamientos aislados. A cambio del 5% de anexión de Cisjordania, Israel aumentaría la extensión del territorio de Gaza por aproximadamente un tercio. También hizo concesiones que anteriormente habrían sido inimaginables sobre Jerusalén, conviniendo en que los barrios árabes de Jerusalén Oriental se convertirían en la capital del nuevo Estado. Los palestinos mantendrían el control de sus lugares sagrados y tendrían soberanía religiosa sobre el Monte del Templo. Incluso en el caso de la Franja de Gaza, que debe estar físicamente separada de Cisjordania a menos que Israel fuera a segmentarse, se concibió una solución por la cual una autopista conectaría las dos partes del Estado palestino sin puntos fronterizos o de interferencia israelíes. La propuesta también abordaba el problema de los refugiados y reparaciones económicas, entre otros asuntos.

Pero Yasser Arafat no estaba dispuesto a terminar el conflicto. Para él terminar el conflicto era terminar consigo mismo y con su prédica. Un “no” fue su respuesta.

También rechazaron las propuestas del presidente Bill Clinton. De todo lo que se propuso desde la creación del Estado de Israel, la fórmula planteada por Clinton era la más generosa, afirman historiadores. Según Bandar bin Sultan, en aquel entonces embajador de Arabia Saudita en EEUU, la propuesta de Clinton incluía la retirada de Israel del 97% de todos los territorios ocupados, la partición de Jerusalén y otras concesiones. Cuando Arafat y su comitiva llegaron a Washington el 2 de enero de 2001, el propio Bandar bin Sultan fue a recibirlos al aeropuerto. En el Hotel Ritz en Washington, Bandar dijo a Arafat que si rechazaba las propuestas de Clinton, cometería “un crimen contra el pueblo palestino y contra toda la región”. Arafat fue de allí a la Casa Blanca. Después de la entrevista, Bandar trató de encontrarse con Arafat, pero éste lo eludió. A las pocas horas todo había terminado. Arafat había rechazado las propuestas de Clinton. El camino de la violencia continuaría hasta hoy.

La postura de “todo o todo o nada” del mundo árabe y de los palestinos tuvo sus consecuencias.

Hoy los palestinos están enfrentados y divididos. Fatah y Hamas enfrentados en un conflicto interno y fraticida, quieren el Estado que se negaron a edificar durante décadas. Perdieron más de 60 años e innumerables oportunidades al levantarse de la mesa de negociaciones para transitar por la vía armada. Las oportunidades de paz fueron rechazadas al influjo del integrismo islámico.





Más allá de la decisión que tome la ONU, es lógico preguntarse qué Estado Palestino reclama el apoyo de la comunidad internacional. ¿Es Fatah que gobierno Cisjordania o Hamas que gobierno Gaza? ¿Son los que palestinos que hoy reciben ayuda israelí o los que proclaman la destrucción del Estado judío?  La única solución para el conflicto es la de dos Estados para los dos pueblos. El único camino es el de las negociaciones entre los palestinos y los israelíes, de lo contrario los terroristas integristas seguirán hablando y su idioma es la violencia.






domingo, 11 de septiembre de 2011

Generación 9/11

En el estado de la Florida, el presidente estadounidense George W. Bush estaba a punto de leer el libro infantil “The Pet Goat” a los niños de una escuela primaria. Pero a las 9.05 locales del 11 de septiembre de 2011 uno de sus asistentes, Andrew Card, se acercaba y le decía en voz baja al oído: “Estados Unidos está siendo atacado”. La cara del presidente se transformaba. A partir de ese día el mundo cambió.


El atentado más duro en la historia de Estados Unidos dejó unos 3.000 muertos y otros miles de heridos, y se ha convertido en una marca imborrable en el inconsciente colectivo de sus ciudadanos. El 97% de la población recuerda dónde estaba cuando se enteró de la noticia, según una encuesta difundida que coloca a los ataques a la par del asesinato del presidente John F. Kennedy en 1963, en términos de impacto en el inconsciente colectivo.

Diez años después de los ataques de la organización terrorista Al Qaeda contra las Torres Gemelas en Nueva York y el Pentágono en Washington, los estadounidenses se encuentran involucrados aún en dos guerras, en Afganistán e Irak, que han dejado miles de muertos y han afectado seriamente su economía. Estos dos conflictos han costado la vida de 6.000 soldados estadounidenses, cientos de efectivos de países aliados y decenas de miles de civiles afganos, paquistaníes e iraquíes.

Los atentados afectaron de tal modo el sentimiento de invulnerabilidad de la primera potencia económica y militar del mundo, que uno de cada tres estadounidenses cree que su país no sufrió un nuevo ataque desde el 11 de septiembre de 2001 por una cuestión de suerte, según un reciente sondeo. Aún así, un 43% de las personas consultadas cree que el gobierno de Estados Unidos “ha hecho un buen trabajo para proteger al país”.

La “Generación 9/11”, como la denominan expertos y medios, no tiene un sólo rostro ni una percepción monolítica sobre los ataques que perpetró la red terrorista, pero tienen en común que el mayor villano de su niñez se llamó Bin Laden, y que al contrario que sus padres y abuelos, saben que el ataque puede ser en su propia casa.

Una década después de la guerra contra el terrorismo lanzada tras el 11 de septiembre de 2001, Estados Unidos logró abatir al líder de Al Qaeda y cerebro de los atentados, Bin Laden, muerto en una operación realizada en mayo pasado en Pakistán.

Desde la creación a finales de los 80 por el magnate saudí, Estados Unidos fue la obsesión de Al Qaeda. Su prueba de fuego fue su primer atentado contra el World Trade Center de Nueva York en 1993, un preámbulo de lo que sería, ocho años después, el mayor atentado terrorista de la historia. Desde aquel momento, la red continuó con sus ataques, pero en tierras más cercanas a su cuartel general en Afganistán: Yemen, Arabia Saudí, Somalia, Kenia o Tanzania. A partir de los ataques a Estados Unidos, ningún país se sintió seguro. Posteriormente, Al Qaeda provocó atentados en Túnez, Bali, Kenia, Pakistán, Arabia Saudí, Marruecos, Estambul, España, Reino Unidos, entre otras naciones.

Los éxitos de Al Qaeda han consistido sobre todo en mantenerse como estructura terrorista diez años después de los atentados septiembre de 2001, haber propiciado la formación de una extendida urdimbre del terrorismo global y estar condicionando decisivamente las políticas de seguridad en muchos países del mundo, no sólo occidentales. Pero, transcurrida una década desde los atentados de Nueva York y Washington, Al Qaeda ha fracasado en perpetrar otros similares, provocar el colapso económico y socavar los cimientos del orden social del mundo occidental, movilizar en su favor a las poblaciones musulmanas, expulsar a Estados Unidos de Medio Oriente y adquirir notoriedad en el conflicto entre palestinos e israelíes. Tampoco ha sido relevante ni en el origen ni en el desarrollo de las expresiones de protesta social que han ido convulsionado las estructuras de poder en algunos países árabes. El abatimiento de Bin Laden supone además un fracaso para la estrategia de desgaste adoptada por Al Qaeda desde al menos 2004. Ahora bien, incluso si Al Qaeda quedara inhabilitada, los desafíos planteados por el terrorismo yihadista no se mitigarían a corto y medio plazo, según sostiene Fernando Reinares, investigador principal de Terrorismo Internacional del Real Instituto Elcano y catedrático en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad Rey Juan Carlos.

El mundo es un lugar “más seguro” diez años después de los atentados del 11 de septiembre en Estados Unidos, debido al debilitamiento de las redes terroristas, coincidieron la OTAN y la Unión Europea. “Lo que sucedió hace diez años cambió nuestras vidas pero creo que ahora vivimos en un mundo más seguro que hace diez años”, declaró el secretario general de la Alianza Atlántica, Anders Fogh Rasmussen, en Bruselas.

El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, afirmó en una columna de opinión que los autores de los atentados del 11 de septiembre de 2001 no habían logrado aterrorizar a su país y que hoy estaban debilitados. “No olvidemos jamás la lección de hace diez años: nuestros desacuerdos pesan poco frente a lo que nos une, y cuando elegimos avanzar unidos, como una familia (...), Estados Unidos no hace otra cosa que resistir, puede pasar la prueba más fuerte que antes”, concluyó.